Gobierno acotado
No era el plan. El comienzo del gobierno de Enrique Peña Nieto ha resultado muy diferente a lo imaginado. Se tenía pensado sorprender al país con grandes acciones, obras y anuncios de proyectos de alto impacto para generar doble efecto:
José Ureña / primercirculo@hotmail.com
En lo mediático, lograr las mejores vibras de la sociedad tras lustros de buenas noticias macroeconómicas y escasos efectos en la mente y en el bolsillo de los mexicanos.
En lo económico, activar las inversiones a fin de generar su círculo benéfico gasto-generación de empleo-crecimiento-satisfacción social a partir del uso de los recursos públicos en áreas de alto impacto.
Podría mencionarse un botón de muestra:
El gobierno de Felipe Calderón desató una perversa competencia entre varios gobiernos estatales —Tamaulipas, Veracruz, Hidalgo, Guanajuato…— para ganar la pomposamente llamada Refinería Bicentenario.
Al final la ganó Hidalgo con un esfuerzo desesperado del entonces gobernador y hoy jefe del gabinete Miguel Angel Osorio Chong, a un costo altísimo: deudas por mil 500 millones de pesos para poner 700 hectáreas a disposición de Petróleos Mexicanos (Pemex).
Osorio Chong se fue hace casi dos años e Hidalgo no ve la famosa refinería.
—¿Sabes lo único que conseguí? —me dijo el ahora secretario de Gobernación. Se contestó: —Apenas un pedazo de barda perimetral y ni siquiera otorgado a industriales de mi estado, así que ni esa inversión benefició a Hidalgo.
No necesita decirlo con todas sus letras: fue un timo.
Esta obra —y los recursos existen— destrabaría un proyecto toral para los hidrocarburos: se crearía por fin el prometido polo de desarrollo, generaría miles de empleos directos e indirectos, habría derrama económica en amplia región del centro del país y en tres o cuatro años se reducirían las importaciones de gasolinas y otros refinados.
De eso se trataba, pero…
MADRUGUETE DE CALDERÓN
Sin ser las peores, las condiciones del país no son idóneas.
A la insuficiencia de dineros públicos se sumó un obstáculo no previsto por Enrique Peña Nieto y su principal operador en el área económica: Luis Videgaray, flamante secretario de Hacienda y Crédito Público.
Durante la campaña, pero sobre todo luego de ganar la elección presidencial de julio, se dieron a la tarea de detectar proyectos concretos para generar este círculo virtuoso.
Ello incluía hablar con las fuerzas públicas y llevar al Congreso de la Unión las reformas promovidas pero pospuestas desde hace al menos tres lustros.
Porque casi 15 años tiene la iniciativa presentada por Ernesto Zedillo a la Cámara de Diputados para reforzar la inversión de Pemex con recursos privados sin comprometer el dominio del Estado en el subsuelo, los hidrocarburos y la comercialización y renta petroleras.
El plan se hablaba y avanzaba con quienes serían los operadores priistas en el Poder Legislativo, Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones, cuando llegó la primera zancadilla desde el gobierno de Felipe Calderón.
El entonces presidente madrugó en los albores de la actual Legislatura con sus iniciativas preferentes y, sobre todo con la laboral, generó una polémica cuyos costos fueron cargados al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Entonces el equipo de transición de Peña Nieto se replegó y no presentó sus iniciativas.
LA MIOPÍA DE LOS PARTIDOS
Amén del desprestigio cosechado con la reforma laboral, se retrasó el plan de Enrique Peña Nieto.
¿Cuál era la idea concreta?
Abordar en el período septiembre-diciembre las tres reformas tan esperadas —la laboral incompleta, la hacendaria y la energética—, a fin de fortalecer las finanzas del Estado y dar por fin paso al crecimiento de ambiciones.
Pero no, no hubo en 2012 las indisolubles reformas energética y hacendaria para aplicarse a partir de 2013, y en consecuencia los planes peñistas tienen un retraso mínimo de un año.
Ya sólo hay tiempo para los presupuestos de ingresos y de egresos.
El gobierno ha preparado el terreno con el Pacto por México a fin de echar a caminar su agenda en el próximo período ordinario de sesiones, pero las firmas partidistas no garantizan el éxito.
Ya vimos la semana pasada cómo operó el Senado de la República, con el egoísmo de siempre.
Sin control de sus coordinadores, la sociedad izquierda-derecha no logró la suma de votos necesarios para someter a los priistas y éstos, antaño incapaces de ceder, de repente contaban con más senadores en alianza con el Verde y el Panal para impedir los candados de la oposición para el nombramiento de funcionarios de seguridad.
El presidente panista Ernesto Cordero se prendió de las imprecisiones del reglamento y por ahí se escapó el jueves la reforma a la Ley Orgánica de la Administración Pública Federal deseada por Peña Nieto.
Qué diferencia con 2000, cuando ninguna fracción regateó a Vicente Fox cambios de estructura en el gobierno y hasta le creó un adiposo y costoso gabinete paralelo, cuyos beneficios jamás fueron medidos.
Hoy todo está en el aire y con esas actitudes tal vez el próximo diciembre informemos de otro año perdido en este empeño.
Eso sin garantizar la eficiencia de los planes del nuevo gobierno porque, está demostrado, en México ninguna ley ha dado al país los frutos prometidos.
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