El 90% de su territorio está deforestado; un millón de hectáreas fueron arrasadas para convertirlo en un emporio agrícola quimérico
Alejandro Esquivel C. / alesquivelc@hotmail.com
Tabasco es uno los casos más dramáticos de degradación ambiental en México, donde las políticas públicas alentaron el desmonte de bosques y selvas para transformarlos en tierras agrícolas y de pastoreo para el ganado.
Como consecuencia y en un contexto de incremento de la intensidad de fenómenos climáticos, hoy la población tabasqueña está en un alto grado de vulnerabilidad frente a la crisis del clima.
Las declaraciones del delegado de la Comisión Nacional Forestal (Conafor), Carlos René Estrella Canto, no dejan mentir, pues asegura que el 90 por ciento del territorio estatal está deforestado y la mayoría de la superficie se ocupa en actividades productivas como la ganadería y la silvicultura.
En agosto último, el funcionario federal alertó que en nuestra entidad sólo el 10 por ciento de la superficie se encuentra reforestada. No obstante ello, indicó que para evitar problemas ecológicos, cada año son plantadas alrededor de diez mil hectáreas con especies nativas.
“Se han plantado cerca de 25 mil hectáreas con especies comerciales y también se aplica un programa de restauración de suelos, y la meta anual es activar mil 200 hectáreas”, destaca Estrella Canto.
Sin embargo, para el ambientalista Daniel Góngora, aunado al alto índice de deforestación, “que es la causa principal de la erosión del suelo y las inundaciones”, es poco el interés de la población por participar en los programas de reforestación que se llevan a cabo, por lo que “mientras no exista una cultura al respecto, rondará el fantasma de la desertización”.
NI EMPORIO AGRÍCOLA
En 1940, la cobertura de selva tropical en Tabasco representaba 49 por ciento de la superficie del estado; sin embargo, para 1990 se había reducido a sólo ocho por ciento, del cual únicamente la mitad correspondía a selvas primarias.
Es decir que en poco más de cuatro décadas se perdieron alrededor de un millón de hectáreas de selva con la finalidad de convertir a este estado en un emporio agrícola que nunca llegó a ver la luz, tal como se había planteado en un principio.
Esta tendencia continúa y en la actualidad sólo se conserva una muestra representativa de los ecosistemas naturales en 4% del estado, pues alrededor de 100 mil hectáreas que corresponden a zonas serranas de los municipios de Huimanguillo, Teapa, Tacotalpa, Macuspana y Tenosique, sólo quedan 45 mil de selvas y acahuales, 40 mil de manglares, diez mil de tintales y cinco mil de encinares.
Desde mediados del siglo pasado, Tabasco replicó los modelos de desarrollo diseñados para otras condiciones sociales, económicas y ambientales, lo que ocasionó cambios drásticos en el paisaje, cuyos efectos son más patentes ahora en un escenario de cambio climático donde ya están impactando la vida y seguridad de los tabasqueños.
CONSECUENCIAS NEFASTAS
“Tabasco debería ser considerado un ejemplo de las consecuencias nefastas que puede tener la implementación de políticas ambientales y agropecuarias sin análisis, sin planeación y con objetivos que se contradicen entre sí, como actualmente lo hacen la política forestal, la agropecuaria y la ambiental”, denunció el año pasado Paloma Neumann, integrante de la campaña de bosques de Greenpeace.
La activista alertó que la alta vulnerabilidad que enfrenta Tabasco en la actualidad se debe a una combinación de factores como la deforestación y el deterioro constante de los ecosistemas naturales, los agresivos planes agropecuarios que han modificado drásticamente el régimen hidrológico (cortes, bloqueos y modificaciones de las trazas originales de los ríos), y el incremento en la frecuencia de fenómenos vinculados con el cambio climático.
LA GANADERÍA YA NO ES NEGOCIO
“En la actualidad, en un escenario de incertidumbre frente a los impactos del cambio climático, ante la alta vulnerabilidad a tormentas e inundaciones, la ganadería en Tabasco ya no es negocio, por lo que algunos inversionistas han decidido sustituir sus potreros por plantaciones forestales comerciales”, señaló Héctor Magallón, coordinador de la campaña de bosques de Greenpeace.
Dijo que lo más preocupante es que en lugar de diseñar políticas que reviertan los factores que ocasionan la deforestación, se sigan promoviendo falsas soluciones, y añadió que para evitar de forma efectiva la pérdida de masa forestal en México es necesario que las dependencias responsables del uso de los recursos forestales, agropecuarios y ambientales trabajen coordinadamente y con las mismas herramientas.
De acuerdo con un análisis realizado en la Subsecretaría de Planeación y Política Ambiental de la Semarnat, la expansión de la actividad ganadera constituyó el proceso socioambiental más impactante ocurrido en Tabasco entre 1960 y 1975, de tal magnitud que el hato ganadero llegó a sumar más de un millón de cabezas en 1970, lo que a su vez se consiguió mediante un agresivo desmonte de las selvas del estado, de tal manera que ya en 1980 más de la mitad de la superficie de Tabasco se había convertido en pastizales para ganado.
Como resultado de estas voraces políticas de desmonte, para la década de los 90 ya era muy amplio el espectro de afectaciones claras que habían tenido en el ambiente: alteraciones hidrológicas, degradación de suelos, erosión, salinización, pérdida de recursos bióticos y contaminaciones de diversa índole.
Las principales consecuencias de la deforestación en Tabasco ya eran patentes desde entonces: pérdida de riqueza biológica (estimada hasta 300 especies vegetales por hectárea), emisión de bióxido de carbono a la atmósfera y la reducción en la capacidad de captura, modificaciones en el régimen climático, aumento de la escorrentía (flujo de agua superficial) y transformaciones en el suelo como pérdida de nutrientes, erosión, compactación, salinización e inundaciones en las planicies.
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