En su libro reciente “La libertad de expresión, libertad degradada”, critica los dos extremos en materia de comunicación: la alabanza y la censura
Samuel L. Soto Giles / gi_les@hotmail.com
El escritor, poeta y jurisconsulto Agenor González Valencia presentó la noche del pasado jueves 20 su libro La libertad de expresión, libertad degradada en el auditorio de la biblioteca Manuel Bartlett Bautista de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco (UJAT), evento organizado por la Asociación de ex Alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México, (UNAM).
Modoso, con la mirada transparente, González Valencia sólo dijo en esa ceremonia que tenía una necesidad imperiosa de redactar el libro y después de la cita de César Vallejo: Niños del mundo, se cae España —digo es un decir—, leyó su composición en ese sentido, publicado antes de la introducción que termina: Hay mucho por hacer, / digo, es un decir. / ¡Y estoy callado!
Como la libertad de expresión está relacionada con los protagonistas del poder, González Valencia trata de la alabanza y censura.
En su obra dice que el poder es la cumbre. Y que “desde la cumbre las cosas suelen minimizarse. Aires de triunfo. De soberbia. De envanecimiento. De grandeza. De omnipotencia. De mando. De distribuidor de cartas, de preferencias, honores, dispensas, castigos, olvidos, recompensas.
“Hace ver que la vida de la política es espectáculo de drama, comedia y, a veces, de tragedia. Quien logra formar parte del elenco nunca se resigna a la renuncia o al retiro.
“De la debilidad que trae oculto el poder suelen aprovecharse los que viven de la adulación, alimentando con letras de molde la vanidad de quienes en el ejercicio del poder la altura los adormece o les nubla la mirada y entendimiento para discernir entre el merecido reconocimiento y aquellas melosas palabras cuyo fin es obtener mendrugos de los banquetes oficiales”, detalla quien ha observado gobernantes ir y venir.
Este punto lo ilustra con una comparación de Nietzsche, quien con nitidez y rebelde energía se refiere a los aduladores —a quienes compara con insatisfechas moscas— y a quienes son víctimas de alabanzas, entre otras cosas:
“Zumban en torno de ti hasta para alabarte, pero su alabanza es impertinente porque lo que buscan es estar cerca de tu piel y de la sangre. Te adulan como si fueras un dios o un demonio; se postran ante ti como si fueras un dios o un demonio. ¡Qué más da! ¿No ves que no son más que aduladores y plañideros?”, cita el autor del libro.
Con ese antecedente pasa a definir lo que es la libertad de expresión. Indica que si bien es cierto que el hombre es libre de expresar sus ideas, también lo es que el ejercicio de esta libertad encuentra como respuesta a los regímenes absolutistas, despóticos, dictatoriales, tiránicos o autoritarios: la represión, la cárcel, la tortura o el silencio eterno.
Por ejemplo, quien era juzgado por la Santa Inquisición por haber hecho uso de su libertad de expresión, recibía como castigo la muerte.
Así, cabe afirmar que el liberalismo, al preocuparse por la libertad, no se refería a ésta en abstracto, sino a las garantías jurídicas que permitiesen a los individuos el ejercicio real de la libertad de expresión.
De esa manera, el escritor va entrelazando las ideas, y después de pasar por el célebre discurso de Belisario Domínguez Palencia contra Victoriano Huerta propone un código de ética para comunicadores, empresarios del periodismo y receptores.
Del discurso completo de Belisario Domínguez se trascriben estos párrafos:
“La representación nacional debe deponer de la presidencia de la República a don Victoriano Huerta por ser él contra quien protestan con mucha razón todos nuestros hermanos alzados en armas y de consiguiente, por ser él quien menos puede llevar a efecto la pacificación, supremo anhelo de todos los mexicanos.
“Me diréis, señores, que la tentativa es peligrosa porque don Victoriano Huerta es un soldado sanguinario y feroz, que asesina sin vacilación ni escrúpulo a todo aquél que le sirve de obstáculo. ¡No importa, señores! La patria os exige que cumpláis con vuestro deber, aun con el peligro y aun con la seguridad de perder la existencia.
“Si en vuestra ansiedad de volver a ver reina la paz en la República os habéis equivocado, habéis creído en las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar a la nación en dos meses y le habéis nombrado presidente de la República, hoy que veis claramente que éste hombre es un impostor inepto y malvado, que lleva a la patria con toda velocidad hacia la ruina, ¿dejaréis por temor a la muerte que continúe en el poder?
“Penetrad en vosotros mismos, señores, y resolved esta pregunta: ¿Qué se diría a la tripulación de un gran navío que en la más violenta tempestad y en un mar proceloso, nombrara piloto a un carnicero que, sin ningún conocimiento náutico navegara por primera vez y no tuviera más recomendación que la de haber traicionado y asesinado al capitán del barco?
“Vuestro deber es imprescindible, señores, y la patria espera de vosotros que sabréis cumplirlo.”, rubricó con su vida Belisario Domínguez.
De la propuesta de Agenor González Valencia de un código de ética para los comunicadores, advierte:
Si se hace un deshonesto uso de la libertad de expresión se daña a la sociedad. Afirmar algo sin pruebas provoca rumor. Falsear la verdad es hacer uso indebido de la libertad de expresión. Quien ejerce la libertad de expresión debe responder en todo momento de lo que dice o afirma. La conducta del comunicador debe ser honesta. Quien se convierte en censor debe tener calidad moral.
A los empresarios del periodismo les dice:
Un periódico es una empresa que debe ofrecer productos de veracidad. Si el periódico o medio de comunicación es independiente debe demostrarlo.
El periódico o medio de comunicación debe servir a la sociedad, no servirse de ella. El periódico debe escribirse con tinta, no con sangre. Quien vive de la dádiva no debe ser comunicador. Un periódico subsidiado es letra muerta.
Quien se sirve de la sociedad pretendiendo engañar o justificar la conducta, ineptitud o corrupción, tiene como premio el desprecio social.
Al receptor de la información le recomienda: “reflexionar desapasionadamente la comunicación recibida. El receptor debe convertirse en crítico permanente de quien ejerce la profesión de comunicador”.
El libro consta de cuatro capítulos: el de la libertad de expresión con los tópicos: Alabanza y censura, Discurso de Belisario Domínguez Palencia (1863-1913) contra Victoriano Huerta, El periodismo como letrina y El derecho a la no desinformación.
En el segundo capítulo, Ética en el derecho a la libertad de expresión trata: El término ética, Ética en el derecho a la libre expresión, Ética en el compromiso moral de quien ejerce la libertad de expresión, Ética del director o propietario del medio de comunicación, Ética en el ejercicio de la comunicación pública a través de los medios de difusión, Ética para juzgar o censurar, Propuestas para un código de ética de los comunicadores y La mentira vestida de verdad.
El capítulo tercero se refiere a la palabra en la cima o en la sima, con los subtemas: La palabra: ¡cumbre del alma o precipicio inesperado!, La lengua y la virtud de la eubolia, La calumnia, El rumor, En honor de la palabra, El noveno mandamiento y la Visión premonitoria de Colosio.
En la cuarta parte del libro analiza a los medios de comunicación y a la política con los numerales: La ventaja de la palabra escrita, Jano: los dos rostros del periodismo, La nota policíaca en librerías de viejo, Palabra escrita con tinta del corazón, “Democracia” sin democracia, Demagogia: democracia sin ley, Seguridad nacional e información pública, y Félix Fulgencio Palavicini Loría y el decálogo del periodista.
La libertad de expresión, una libertad degradada tiene por anexo el Informe actualizado sobre la situación del periodismo en México al primer trimestre de 2012.
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