lunes, 23 de julio de 2012

Punta Fina



La autodestrucción de López


Las suertes electorales se le alinearon a Andrés López como jamás lo imaginó. En diciembre y enero, cuando preparaba el inicio de su segunda campaña presidencial, se reunió con sus expertos y le elaboraron una lista de condiciones para ganar en julio. 

José Ureña / primercirculo@hotmail.com



Parecían imposibles:

1.- Dividir las preferencias en partes iguales, lo cual implicaba debilitar a Enrique Peña e impedir el despegue de Josefina Vázquez.
—En la división del electorado, tú podría salir ganador —le dijeron.
2.- Esperar el golpe maestro de Felipe Calderón en contra de los priistas a través de los mil y una investigaciones por corrupción, nexos con el crimen organizado, incapacidad y otros defectos de los gobernantes surgidos del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
3.- Mantener unida a la izquierda, lo cual ocurrió.
4.- Efectos de la crisis internacional, localizada sobre todo en Estados Unidos y Europa: España, Grecia, Irlanda, Portugal…
Y 5.- Errores de Peña y Vázquez.
Como por arte de prestidigitación se dieron algunas:
El candidato presidencial priísta cometió gazapos graves, como aquel olvido de tres lecturas en la Feria Internacional del Libro (FIL) y el mensaje de su hija para calificar de prole a quienes criticaban a su padre por no recordar títulos ante intelectuales de gran parte del mundo.
La panista tardó más en mostrar el cobre por dos razones: su postulación se dio hasta el 5 de febrero, cuando arrebató a Calderón la candidatura predestinada a Ernesto Cordero, y en el inicio de campaña se le vació el Estadio Azul, síntoma inequívoco de debilidad del Partido Acción Nacional (PAN) y de falta de apoyo desde Los Pinos.
El golpe de suerte mayor se dio durante la visita de Peña a la Universidad Iberoamericana (UIA) y el surgimiento del movimiento #Yo Soy132, plataforma del relanzamiento de López.
Eran los días felices y restaban dos fabulosos meses de campaña para alcanzar y vencer a Peña.
Pero…

LA DEBACLE
Cuando estaba en su mejor momento, Manuel Camacho quiso dar lecciones de política:
—La fórmula se ha cerrado a dos condiciones simples, Andrés: que (Felipe) Calderón se haga cargo de Enrique Peña y que tú no cometas errores. 
Consejo inútil.
Hacia mediados de mayo, con todo a favor, Andrés López regresó a ser el Andrés López de siempre, no el político reconvertido en apóstol del amor.
Empezó a hablar del PRIAN, como llama despectivamente a esa rara e inexistente sociedad de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y PAN.
—Ese triunfo es moralmente imposible y se dará sólo si los electores no votan por un cambio verdadero y hay masoquismo colectivo.
La metáfora era obvia —el bueno soy yo y los demás con los mismos peores— y el cambio de actitud también: El Peje dejó de ser la opción de la república amorosa y pasó al descalificador eterno, el pendenciero empedernido.
Acelerado, volvió a descalificar a las autoridades electorales no con aquel grito destemplado de “¡Al diablo con sus instituciones!”, sino con expresiones de un Instituto Federal Electoral (IFE) omiso, plagado de consejeros con la vista puesta en complacer a Enrique Peña, el candidato de la televisión y de los poderosos.
Para su perjuicio, aparecieron evidencias sobre la manipulación del movimiento estudiantil y la incorporación de grupos radicales como los macheteros de San Salvador Atenco, el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), el magisterio radical de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) y otras organizaciones.
Todo se pervirtió y el ascenso de López se detuvo.
Él desesperó y se desesperó y completó el susto al electorado con la descalificación de todas las encuestas, de muchos medios de comunicación, con denuncias de boicoteo informativo cuando noticieros y periódicos estaban saturados de declaraciones y actividades suyas.
En todo eso está la explicación de los 6.6 puntos de distancia con Peña.

SIN REFORMAS
Los números de la votación presidencial, lo sabe Andrés López, son precisos.
Sin embargo, dijo a quienes la misma noche de la elección fueron a pedirle no desvariar ni poner en riesgo la recuperación de la izquierda —Cuauhtémoc Cárdenas, Lázaro Cárdenas, Marcelo Ebrard, Manuel Camacho, Ricardo Monreal— él necesita mantenerse vigente y para ello necesitaba descalificar la elección.
En esas está empeñado con tres compromisos centrales:
1.- Agotar todas las instancias legales del país.
2.- No recurrir a acciones violentas ni de perjuicio a la sociedad como en 2006 con la toma del corredor Zócalo-Paseo de la Reforma.
Y 3.- derrotado en tribunales —como está seguro—, acudir a instancias internacionales como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y la Corte Internacional de La Haya para denunciar un fraude maquinado e inequidad constitucional.
En el camino se ha llevado los proyectos iniciales del ganador Enrique Peña.
El priista tenía el propósito —y así lo acordó en las dos pláticas tenidas con el saliente Felipe Calderón— de promover las reformas fundamentales: la hacendaría por delante, la petrolera en segunda instancia y la laboral sin debilitar a las organizaciones sindicales para no fracturar el llamado sector obrero del PRI.
Parte de la vigencia, dijo López el 1 de julio a quienes lo visitaron en sus oficinas con los primeros conteos sólidos de la noche, es para convocar y movilizar a la sociedad en contra de las modificaciones constitucionales como él las ve: aumento de impuestos, privatización de Petróleos Mexicanos (Pemex) y abolición de las conquistas históricas de los trabajadores.
Con esta información quiero informarle: no habrá reformas en las postrimerías de la Legislatura actual.
No importan las reuniones constantes —sobre todo de panistas y priistas— para dar pasos al frente.
“No vamos a darle la oportunidad de salir a la calle”, me dijo un cercanísimo colaborador de Peña.
No le entregarán las plazas pero, como queda claro, el afán opositor y destructivo del Peje sigue en producción.  

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