Desde Tacotalpa se lanza un llamado de auxilio para que se lleve asistencia social a comunidades donde familias tienen como único patrimonio la dignidad y solidaridad de sus pobladores, y la esperanza no es más que un futuro incierto
Alejandro Esquivel C. / alesquivelc@hotmail.com
En México y en Tabasco la verdad se oculta porque parece mentira, aunque para 60 millones de mexicanos vivir en el umbral que separa la pobreza y la miseria extrema se ha convertido en una realidad cotidiana.
Una realidad a la que Tabasco no es ajeno. Así, a tan sólo 60 kilómetros de Villahermosa, municipios como Tacotalpa lanzan una llamada de auxilio para que se dote de recursos a sus comunidades que hacen de la dignidad su único medio, y de la esperanza su futuro más incierto.
DIAGNÓSTICO: POBREZA
Federico Cano López tiene 86 años y muy poco que echarse a la boca. Viste una camisa amarillenta de manga corta que abrocha hasta el cuello, y mete con escrupuloso cuidado por dentro del pantalón. Se mantiene lúcido a pesar de la edad, aunque ya no recuerda desde cuándo su poblada cabeza y sus espesas cejas comenzaron a vestir las primeras canas. El paso de los años le tintaron de gris el pensamiento.
Federico estrecha la mano con fuerza. El tacto de sus huesudas manos agrietadas habla de años de trabajo y de campo. Sus uñas están colmadas de arena, y sus pies destrozados parecen cuestas de piedra llenas de fango.
A pesar de todo, él lo intenta. Aun y cuando su débil mirada ya no distingue muy bien a quien tiene enfrente, todavía se mantiene fuerte. “Tengo mucha energía”, afirma sonriente y olvidando por un momento que su esposa ciega está muy enferma y que la casa carcomida en la que sobreviven quizá no aguante una tormenta o inundación más.
“Cuando Diosito lindo le da a uno esta vida, hay que aceptarla como viene”, afirma sin terminar la frase, cabizbajo y resignado a su suerte final, pero manteniendo al frente el orgullo que le brinda la dignidad. Aquel que todavía guarda con recelo en su apagada mirada.
La historia de don Federico forma parte del ‘Diagnóstico real y fiable’ que el ayuntamiento ha estado elaborando para tratar de dar salida a aquellas situaciones de pobreza extrema que muchas familias de las comunidades pertenecientes a este municipio viven desde hace generaciones.
Ellos, los ciudadanos, denuncian que son mucho más que una papeleta metida en una urna. Son personas. Así lo reivindica la situación de hombres como Leonardo López, o Pedro López Vázquez, de 54 y 72 años, respectivamente, ambos vecinos de la minúscula comunidad que viven en función de la generosidad del campo y de un raquítico salario de 60 pesos la jornada para mantener a una familia de hasta siete hijos en el caso del primero.
“Sabemos que son muchas las necesidades”, admite de inmediato Octavio Sánchez Eugenio, quien en este sentido hace hincapié en la escasez tanto de recursos materiales como del financiamiento para proyectos productivos, así como en los “gravísimos problemas de salud” que padecen los vecinos de comunidades como Oxolotán y Tapijulapa.
‘BOOM’ DE LA POBREZA EXTREMA
Comunidades que ‘escupen’ la verdad de las calles y su miseria, y que sin recursos suficientes por parte de las autoridades estatales, federales y locales para poder hacer frente a este ‘boom’ de la pobreza extrema y canalizarlos a las familias más necesitadas, están destinados a seguir en ese calvario.
Una de esas prioridades es el caso de Federico y su anciana mujer discapacitada. Su situación es extrema. Sin una casa que los proteja de las fuertes lluvias, sin un sustento económico y sin una asistencia sanitaria que les garantice una vida digna, el único recurso al que pueden agarrarse es a la solidaridad de las manos amigas.
Hasta el momento, la administración municipal, a seis meses de que concluya su gestión, nada ha llevado. Sin embargo, gracias a la solidaridad de los vecinos y a la liberación de despensas, mantas, láminas y alimentos de primera necesidad que llegaron con las pasadas campañas electorales, los cuales “nomás cada tres años nos los dan”, se mantienen vivos.
Tal demostración de solidaridad es impresionante. La gente apoya a otra gente que no tiene absolutamente nada. Lo hacen con comida, agua, medicinas, dando apoyo moral... y son los propios vecinos los que se encargan de trasladar a aquellas personas ancianas o con alguna discapacidad hasta la cabecera municipal para que puedan ser atendidos.
NIÑOS, AL ACECHO DEL HAMBRE Y DELINCUENCIA
Sin embargo, la solidaridad rara vez suele ser suficiente. Ni llena platos a diario. Por ello, es necesario que el gobierno municipal solicite a las autoridades correspondientes una mayor cantidad de recursos con los que se pueda hacer frente a problemas como la educación y nutrición de sus habitantes.
Especialmente en comunidades donde los estudiantes tienen que recorrer a pie hasta cinco kilómetros para acudir a las clases de secundaria. Cinco mil metros de camino que, como indica don Antelmo, otro vecino del lugar, constituyen un espacio muy peligroso por la delincuencia, la drogadicción, los derrumbes, y porque, en efecto, “las rocas nunca te avisan cuándo van a caer”.
Basta recordar el penoso y artero crimen de los cuatro niños que en su trayecto a la escuela fueron asesinados a finales de abril pasado en esta zona, quienes después de tres días desaparecidos, fueron encontrados semienterrados en una fosa clandestina del rancho “Leche y Miel”, sobre la carretera Oxolotán-Amatán, en los límites de Tabasco y Chiapas.
Tres de los menores eran los hermanos Blanca Elena, Gustavo Adolfo y Jesús Alberto Gutiérrez Álvarez, de 10, 8 y 7 años de edad. En tanto que el cuarto se llamaba Samuel Vázquez Gómez y tenía 7 años.
¿Y MI CASA?
Federico alza la cabeza y pregunta en voz baja si habría oportunidad de conseguir una nueva casa. “No pido nada lujoso, no importa que sea de lámina; solamente un cuartito donde no se nos meta la culebra, ni que se caiga el techo cuando llueve”, expresa al reportero que no se atreve más que a ofrecer el consuelo de publicar su historia.
Federico sonríe pese a todo. Agradece la visita y alza la mano al cielo mientras pide a Dios le ayude en lo posible. Entra de nuevo en su casa y echa a un lado el trozo de madera putrefacta que lo protege del exterior.
Hoy ha habido suerte. Algo cuece en el interior de una vieja olla oxidada mientras su esposa ciega espera resignada en una sillita de pino. Es hora de alimentar lo que aún queda de esperanza.
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