Aunque no se perfila un ganador, en la entidad pesará más el paisanaje que la mercadotecnia peñista; revelaciones inéditas de Andrés Manuel López Obrador al periodista Jaime Avilés
Luis Enrique Martínez / luisenriquemarh@hotmail.com
La diferencia es Andrés Manuel López Obrador.
En la medición de fuerza electoral, el candidato presidencial del Movimiento Progresista por México, al menos en Tabasco, va adelante.
Al despedirse de sus seguidores en la entidad para presidir el Comité Ejecutivo Nacional del PRD, en 1997, llenó la Plaza de la Revolución de Tabasco 2000. Y quince años después, regresó para desbordar ese lugar, ahora con la presencia de los jóvenes.
Agustín Silva, uno de los organizadores del evento, anunció que serían 60 mil almas. No se sabe si la realidad superó esa cantidad pero de que eran un chingo, eso que ni qué.
Al parecer, la concentración de “las izquierdas” rebasó en número las dos encabezadas recientemente por Enrique Peña Nieto en Villahermosa. Una comparación física marca la diferencia: en la de la Plaza de la Juventud como en Las Gaviotas, la coalición Compromiso por México instaló sillas en una buena parte de esos lugares; en la Plaza de la Revolución no hubo un solo asiento, ni siquiera en el estrado.
La superficie territorial de esos espacios varía pero cada uno mide entre una y dos hectáreas. Sin sillas, en cada metro cuadrado entran cuatro personas paradas. Así estuvieron los seguidores de López Obrador. ¿Cuántos eran? Saquen sus cuentas.
Peña Nieto tendrá ese reto este martes cuando vuelva para cerrar su campaña presidencial en Tabasco. Al menos ya sentó un precedente: no hay referencia en la historia política del estado que registre la presencia de un aspirante de esa envergadura por tres ocasiones en menos de 90 días. Ni siquiera López Obrador lo ha hecho a pesar de su ascendencia local y en sus dos campañas consecutivas.
En este aspecto el abanderado del PRI-PVEM, va adelante. Y su tercera visita está prevista para llevarse a cabo en el municipio de Cárdenas. Y todo parece indicar que será multitudinaria. Con igual o más acarreados que la de su adversario tabasqueño. Uno y otro apuestan todo por el voto paisano. Ambos consideran a Tabasco como el parámetro de la legitimidad del resultado electoral del próximo domingo.
LA COMPETENCIA
Al día siguiente que López Obrador pidió todo el apoyo de sus paisanos para hacer ganar, particularmente, al candidato a gobernador de la alianza Movimiento Progresistas por Tabasco, Arturo Núñez Jiménez, el candidato del PRI-PVEM-Panal, Jesús Alí de la Torre, encabezó una marcha también multitudinaria.
Durante el acto del sábado, la aclamación a López Obrador fue total. Apasionada, entregada. Pero cuando pedía el respaldo para todos los candidatos locales de “las izquierdas”, los decibeles de la aclamación bajaban. Hubo silbidos y abucheos, en algunos casos.
Sobre todo cuando López Obrador identificaba a sus correligionarios como el caso de Arturo Núñez Jiménez, a quien mencionaba con énfasis, casi molesto, al no percibir la entrega total de sus seguidores.
A Peña Nieto le ha pasado lo mismo en las dos concentraciones que ha encabezado. En la del 25 de abril, subió al estrado a Luis Felipe Graham Zapata. Y la presencia del candidato a la presidencia municipal de Centro, dividió simpatías. Lo mismo pasó en el mitin de Las Gaviotas.
La medición de fuerza electoral también es interna. Esto hace por demás reñida la elección de gobernador. Y también la presidencial donde Peña Nieto anhela cobrar la afrenta que, en 2006, López Obrador endilgó a su paisano Roberto Madrazo. En esa ocasión, el PRI se quedó en la calle. Sin su tradicional carro completo.
A horas que concluya la campaña estatal de 45 días, no hay ganador perfilado. Las encuestas publicadas responden a los intereses de quien las paga y de quien las publica. En donde la duda empezó a despejarse, por lo registrado el sábado, es en la elección presidencial: a estas alturas, es inimaginable el triunfo de Peña Nieto sobre López Obrador en Tabasco.
No es así en la contienda de gobernador. Aquí, la moneda está en el aire. La ebullición electoral está en su clímax cuando falta poco para la elección del domingo próximo.
Ese día la ciudadanía con credencial para votar con fotografía resolverá el dilema de la hegemonía del PRI o la alternancia del PRD.
Y en ambos casos tendrá que decidir de manera holgada para evitar la judicialización del proceso y también el conflicto poselectoral.
LA REPÚBLICA
En su tierra, en su agua y con su gente, Andrés Manuel López Obrador declaró a Tabasco como centro de la república mexicana.
Frente al plotter con la fotografía de López Obrador al fondo del entarimado, no hubo lugar para las sillas. En cada metro cuadrado de la explanada la gente de pie aguantó todo y festejó todo con alegría: la espera ante el inclemente sol de verano, la pertinaz llovizna y los casi 50 minutos que López Obrador habló sin apunte informativo de apoyo.
Ahora, el discurso improvisado convertido en lección de historia de México —antes, invariablemente salpicaba sus escritos con la espontaneidad—, fue innumerablemente interrumpido por los gritos de “Obrador, Obrador…”; o, “Presidente, Presidente…”.
Con el reiterado recuerdo de don Querubín Fernández —el fallecido viejo luchador social que se unió a su causa en el municipio de Cárdenas—, López Obrador refrendó su compromiso de rescatar a Tabasco desde la presidencia de la república:
“Voy a ser un presidente itinerante… y en Tabasco voy a gobernar para la república”, dijo ante una multitud emocionada, entregada, que no disminuyó su fervor a pesar de los nubarrones y la llovizna presente durante el evento.
“Voy a hablar poco porque va a llover”, advirtió tras la intervención de Arturo Núñez Jiménez. “Y va a caer… y ustedes saben lo que va a caer…”, dijo a sus “paisanos” y “paisanas”. La respuesta se escuchó entre las banderas amarillas, y de otros colores, ondeando: “¡Pejelagarto!”.
Y el compromiso de la brevedad en el discurso duró cerca de 50 minutos a petición del mismo público que se inconformó cuando el orador intentó despedirse al arreciar la lluvia.
En esta ocasión no sólo eran los indígenas que seguían con atención sus reflexiones en torno a la situación de Tabasco y el país. No. Ahora en la plancha de concreto estaban todos los estratos sociales. A ellos se dirigió López Obrador para ganar la elección del próximo domingo de julio:
“Con los votos de Tabasco, vamos a ganar la presidencia de la república; las diputaciones federales y las dos senadurías… también el gobierno del estado con Arturo Núñez Jiménez, presidencias municipales y diputaciones locales…”.
En su despedida final, repitió con énfasis dos veces el nombre y apellidos del candidato a gobernador de las izquierdas. La respuesta fue parcial. Dividida.
A las 18: 17 horas, empapado en agua, con el agua de su tierra; con la camisa blanca pegada a su cuerpo, López Obrador se despidió de sus seguidores que desafiaron todo: incluso a los nubarrones que amenazaban tormenta y terminaron en una fresca llovizna de verano.
“Vamos a votar por el renacimiento de México y Tabasco…”.
REVELACIÓN
Para la elaboración del libro “AMLO: Vida privada de un hombre público”, Andrés Manuel López Obrador hizo revelaciones inéditas al escritor y periodista Jaime Avilés.
En el V capítulo titulado “Del poder a la oposición” que inicia con un López Obrador indicando que en la “política hay que tener suerte”, se registra la crisis emocional que el tabasqueño sufrió durante el proceso de aceptación de la candidatura a gobernador por una oposición partidista que, en 1988, no existía en Tabasco.
Aquí un extracto de sus conversaciones con el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas tras la elección presidencial de aquel año:
“Imagínate… —cuenta a Jaime Avilés—. Primero le dije que sí (al ingeniero Cárdenas), luego le dije que no y fue peor, porque ya no podía ver ni siquiera un periódico, no podía ver un libro, o sea, ya era un suicidio, era un momento de definición y yo había traicionado mis convicciones, pues; me sentí muy mal, muy mal, y pensé que lo iba a resolver de vacaciones y le dije a Rocío (su fallecida primer esposa): vámonos de vacaciones (…)
“Íbamos a irnos a Cuba, pero yo iba mal, enfermo, como zombi. Compramos un boleto en vuelo de Mérida a La Habana y entonces pasamos por Villahermosa para irnos a Mérida y de Mérida ya nos íbamos a La Habana. Cuando pasamos por Villahermosa, recojo una ley electoral; me la llevé porque traía eso todavía en la cabeza, porque ese día se vencía el plazo de la inscripción. Me llevé la ley de todas maneras, y lo que es el destino: llegamos a Mérida, estábamos a punto de agarrar el avión, ya en el aeropuerto para irnos a La Habana, y aterriza el avión de La Habana, el de Cubana de Aviación, y por problemas burocráticos, porque no avisaron o no sé por qué razón, no le permiten levantar el pasaje y ya no nos vamos y nos quedamos en Mérida; entonces decidimos irnos a Cancún. Nos vamos a Cancún y con toda esa belleza de mar yo no disfrutaba; estaba muerto en vida. En esos días vi la ley y decía que podía haber sustituciones de candidatos siempre y cuando el que estuviese inscrito renunciara.
—O sea que no todo estaba perdido…
“Casi… Nosotros estábamos en Cancún pero llegó un momento en que le dije a Rocío yo no puedo estar así, voy a entrarle. Entonces nos vinimos a México, voy a ver al ingeniero (Cárdenas) y le digo: —Fíjese que siempre sí. Y me dice: —Fíjese que ya no se puede, Andrés Manuel, ya se venció el plazo. —Fíjese que sí se puede, ingeniero, si renuncian los tres (candidatos) yo me puedo inscribir, nomás que acepten. —Entonces, si es así, pues sí, porque claro que van a aceptar”. Entonces se les dice, renuncian, y a partir de que dije que sí me volvió el alma al cuerpo…
—¿Y entonces?
—Pues ya, dije que sí…
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