En marzo hizo 18 años: El viernes 25, apenas enterrado Luis Donaldo Colosio, empezaron a darse una serie de llamadas. Los principales emisarios de ellas eran los gobernadores y el jefe del Departamento Distrito Federal,
Manuel Aguilera. José Ureña / primercirculo@hotmail.com
El mensajero comunicaba-ordenaba: “Es deseo del señor presidente modificar la Constitución para permitir la incorporación de un miembro del gabinete a la candidatura sustituta del PRI. La consulta es si está usted de acuerdo”.
El más activo era, naturalmente por instrucción de Carlos Salinas, el jefe de la Oficina de la Presidencia, José María Córdova.
El dirigente priista Fernando Ortiz Arana y algunos mandatarios se ingeniaron para enterar de su negativa.
Sólo Emilio Chuayffet expresó su oposición: “Si es una instrucción la acato. Pero si se permite mi opinión, por favor dígale al señor presidente que un país que modifica su Constitución para un hombre es un país bananero. Y esto, dicho sea de paso, no implica animadversión alguna para el señor Pedro Aspe”.
BANANAS DE 2012
Tres sexenios después el país muestra su peor cara bananera.Copio la frase de Chuayffet para intentar describir, con opinión incluida, los hechos recientes.
Izquierda y derecha, convertidos en frente contra el tibio y amorfo centro priista, han polarizado el país con una exigencia inútil: debe transmitirse el debate de candidatos presidenciales en red nacional y obligarse a todas las estaciones de radio y televisión a los designios del Estado.
A mí en lo personal me importa un bledo si TV Azteca y Ricardo Salinas voltean hacia otra parte y ofrecen un partido de nuestro insulso futbol en lugar de tener a cuadro a Andrés López, Josefina Vázquez, Enrique Peña y Gabriel Quadri.
El discurso de ninguno de ellos me entusiasma. Unos por los braveros como López y Vázquez —ella a través de los personeros del régimen azul—, Quadri por desconocido y Peña porque no ha sacado la casta para defender sus posiciones de la embestida gubernamental y mostrar los méritos de la preferencia electoral.
Si quiero ver el debate, me basta el Canal 9, cuya cobertura cubre 92 por ciento del territorio nacional. Y si no, ahí están las estaciones oficiales (Canal 11, IMER y otros) o en última instancia internet.
No necesita más, así que la exigencia de doblegar a Salinas Pliego (ya lograda, por cierto) me parece vulgar y simple pelea de callejón.
REFORMA DEL ODIO
Atrás hay mucho rencor. Fruto de una reforma electoral nacida del odio y la polarización panista-perredista de 2006, la prohibición de contratar tiempo-aire tuvo en su origen una intención también de venganza: quitarle a la radio y la televisión la gran mina económica de las campañas.
Los diputados de la pasada Legislatura recibieron con asombro un reporte llevado por Carlos Armando Biebrich: Televisa cobró oficialmente más de 500 millones de pesos en 2006 (sin incluir campañas como López Obrador, un peligro para México) y TV Azteca se acercó a los 300.
En total los radiodifusores se embolsaron más de mil 600 millones de pesos.
—Les quitamos lo que no les correspondía —me dijo el propio Biebrich—. Hoy está separada la propaganda de la información y eso les duele.
Sí, pero si les quitaron dinero, ¿qué esperaban de esos mercaderes del aire? Y si no querían reacciones de venganza, ¿por qué no determinaron la obligatoriedad de transmitir los debates?
¿Por qué el siempre erróneo IFE de Leonardo Valdés no apartó tiempo aire de los cuarenta y tantos millones de spots para basura propagandística?
Con esto no se pretende justificar la actitud de algún empresario de un medio concesionario, sino señalar a los responsables:
La culpa la tienen nuestros legisladores y nuestras instituciones, guiados por el cortoplacismo y sus intereses mezquinos.
Son la parte sustantiva del México bananero y por la cual estamos como estamos.
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