Veo las imágenes del crucero Costa Concordia con más de medio cuerpo tragado por el mar Mediterráneo, frente a la isla italiana de Giglio, y me pregunto si hay alguna similitud con un barco tricolor, que está a punto de iniciar su travesía por las azarosas aguas de una contienda electoral y su tripulación está agarrada de las greñas porque todos quieren apoderarse del timón.
Fernando Hernández Gómez / fdohernandezg@hotmail.com
El capital del barco, un viejo marinero cozumeleño, asistido por un pirata campechano de agua dulce, parecen hechos bolas y en lugar de dar mensajes que tranquilicen a los pasajeros ante la tempestad que se avecina —una tormenta tropical con vientos huracanados y lluvias incesantes, interactuando con un frente frío—, les envían señales que siembran incertidumbre y zozobra.
No zarpa el navío y ya hay algunos ahogados: cuatro tripulantes que no consiguieron su acreditación y tuvieron que ser echados como polizones. Otro más, que vio que le deparaba la misma suerte, decidió aventarse él mismo al agua, sin que nadie le lanzara un salvavidas para rescatarlo.
Los problemas empezaron cuando entre la tripulación hubo de hacerse el reparto de camarotes. Unos y otros querían las mejores habitaciones; las más amplias y confortables, y con vista al mar.
La vieja embarcación tuvo su primera zamarreada cuando el capitán dijo que había dos timoneles peleándose la conducción de la nave y que los dos tenían casi el mismo nivel jerárquico, y eso que horas antes estuvo a punto de entregarle el timón al que tenía mayores afectos entre los pasajeros.
La cosa se complicó cuando apareció un tercer timonel, que ya se había bajado del barco dos veces y dos veces regresó, y no tenía derecho a estar allí porque ya había prestado sus servicios a una naviera contraria.
En el barco de la competencia, el timonel fumaba impasible su pipa. Observaba desde su cómoda posición a la nave en la que habían despreciado sus servicios —avalados por una sólida carrera naval— doce años atrás, y no pudo contener la sonrisa. Se frotó las manos. El mar parecía todo suyo.
Desde los muelles del puerto, el gentío no alcanzaba a apreciar con claridad lo que ocurría en el barco. Primero, les pareció ver que ya tenía un timonel; luego vieron que eran dos los que peleaban el mando.
No había certeza en el rumbo que se iba a tomar y pronto empezaron a correr los rumores de que, si no se ponían de acuerdo, llegaría un tercer timonel, ajeno a la tripulación que quedaba.
La incertidumbre creció. Las cosas se llegaron a poner tensas, por más que el capitán del barco gritaba que todo iba ‘viento en popa’, nadie creía lo que oía, pues lo que se veía a la distancia era distinto; no era una ventisca cualquiera, eran visos de tormenta.
Y el barco, sometido a muchos remiendos y ajustes de sus viejas máquinas, ya no está para tantas sacudidas. Ya muchas veces lo han achicado y doce años atrás por poco se les hunde.
El problema es que siempre lleva mucho lastre que le impide avanzar y no se hace nada por aligerar la carga. Cada vez que zarpa, es lo mismo.
Lo delicado es que el asunto del timón no se resuelve, y la gente de los muelles se pregunta: ¿Qué pasará cuando repartan los camarotes de las secciones municipales?
Lo que complica la cosa es que estos marineros siempre hacen a un lado las normas de navegación, y esta vez, con riesgo de que el casco del barco se parta en dos, como el del Titanic, no logran ponerse de acuerdo, y por la forma en que se aferran a sus intereses personales, parece que tampoco les preocupa si encalla o se hunde, como el Costa Concordia.
CANDIDATO POR DEFAULT
Gerardo Priego Tapia tiene prácticamente en la bolsa la candidatura panista al gobierno estatal, porque nadie se presentó a disputársela. Gran cantidad de tinta se gastó para comparársele con quien parecía su rival a vencer, Milton Lastra Valencia, quien de última hora prefirió seguir cobrando como presidente municipal de Balancán un año más, que ir a una contienda electoral en que lo único seguro que tendría —él, Gerardo o cualquiera del blanquiazul— es un tercer lugar nada digno. Se creía también que Juan José Rodríguez Prats buscaría repetir como abanderado —lo fue en 1994— pero no es lo mismo Los Tres Mosqueteros que dieciocho años después.
Los achaques lo vencieron. ¿Gerardo va?
No zarpa el navío y ya hay algunos ahogados: cuatro tripulantes que no consiguieron su acreditación y tuvieron que ser echados como polizones. Otro más, que vio que le deparaba la misma suerte, decidió aventarse él mismo al agua, sin que nadie le lanzara un salvavidas para rescatarlo.
Los problemas empezaron cuando entre la tripulación hubo de hacerse el reparto de camarotes. Unos y otros querían las mejores habitaciones; las más amplias y confortables, y con vista al mar.
La vieja embarcación tuvo su primera zamarreada cuando el capitán dijo que había dos timoneles peleándose la conducción de la nave y que los dos tenían casi el mismo nivel jerárquico, y eso que horas antes estuvo a punto de entregarle el timón al que tenía mayores afectos entre los pasajeros.
La cosa se complicó cuando apareció un tercer timonel, que ya se había bajado del barco dos veces y dos veces regresó, y no tenía derecho a estar allí porque ya había prestado sus servicios a una naviera contraria.
En el barco de la competencia, el timonel fumaba impasible su pipa. Observaba desde su cómoda posición a la nave en la que habían despreciado sus servicios —avalados por una sólida carrera naval— doce años atrás, y no pudo contener la sonrisa. Se frotó las manos. El mar parecía todo suyo.
Desde los muelles del puerto, el gentío no alcanzaba a apreciar con claridad lo que ocurría en el barco. Primero, les pareció ver que ya tenía un timonel; luego vieron que eran dos los que peleaban el mando.
No había certeza en el rumbo que se iba a tomar y pronto empezaron a correr los rumores de que, si no se ponían de acuerdo, llegaría un tercer timonel, ajeno a la tripulación que quedaba.
La incertidumbre creció. Las cosas se llegaron a poner tensas, por más que el capitán del barco gritaba que todo iba ‘viento en popa’, nadie creía lo que oía, pues lo que se veía a la distancia era distinto; no era una ventisca cualquiera, eran visos de tormenta.
Y el barco, sometido a muchos remiendos y ajustes de sus viejas máquinas, ya no está para tantas sacudidas. Ya muchas veces lo han achicado y doce años atrás por poco se les hunde.
El problema es que siempre lleva mucho lastre que le impide avanzar y no se hace nada por aligerar la carga. Cada vez que zarpa, es lo mismo.
Lo delicado es que el asunto del timón no se resuelve, y la gente de los muelles se pregunta: ¿Qué pasará cuando repartan los camarotes de las secciones municipales?
Lo que complica la cosa es que estos marineros siempre hacen a un lado las normas de navegación, y esta vez, con riesgo de que el casco del barco se parta en dos, como el del Titanic, no logran ponerse de acuerdo, y por la forma en que se aferran a sus intereses personales, parece que tampoco les preocupa si encalla o se hunde, como el Costa Concordia.
CANDIDATO POR DEFAULT
Gerardo Priego Tapia tiene prácticamente en la bolsa la candidatura panista al gobierno estatal, porque nadie se presentó a disputársela. Gran cantidad de tinta se gastó para comparársele con quien parecía su rival a vencer, Milton Lastra Valencia, quien de última hora prefirió seguir cobrando como presidente municipal de Balancán un año más, que ir a una contienda electoral en que lo único seguro que tendría —él, Gerardo o cualquiera del blanquiazul— es un tercer lugar nada digno. Se creía también que Juan José Rodríguez Prats buscaría repetir como abanderado —lo fue en 1994— pero no es lo mismo Los Tres Mosqueteros que dieciocho años después.
Los achaques lo vencieron. ¿Gerardo va?
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