martes, 6 de diciembre de 2011

Desmemoriados


Tal vez a muchos de los mexicanos que estrenarán su voto el 1 de julio de 2012 —e incluso gran parte de los que ya lo ejercieron en los años recientes— no les digan nada los nombres de Francisco Xavier Ovando y Román Gil Heráldez.

Tal vez no tengan tampoco la más mínima idea de lo que significó la ‘caída del sistema’ ocurrida el 6 de julio de 1988.
No se les puede culpar de ello, pues no habían nacido cuando estas dos personas —Ovando y Gil— murieron a balazos hace 23 años, un 2 de julio de 1988, cuatro días antes de las elecciones presidenciales más polémicas en la historia de este país y cuyos resultados no se conocieron, con celeridad y veracidad, precisamente por la ‘caída del sistema’ de aquel 6 de julio.
Esa fecha no ha logrado borrarse de la memoria de muchos mexicanos, pues se escribió una de las páginas más ignominiosas en la historia del México libre y democrático que presumimos ser.
Y hay que acotar que la historia de este país no juzga hechos, ni a sus protagonistas; más bien parece olvidarlos, borrarlos de la memoria colectiva en el devenir de una generación a otra.
Por eso los nombres de Francisco Ovando y Román Gil no se recuerdan por la inmensa mayoría. Ambos fueron integrantes del Frente Democrático Nacional en la contienda presidencial de 1988.
Ovando era un antiguo colaborador de Cuauhtémoc Cárdenas desde que fue gobernador de Michoacán. Como hombre de su absoluta confianza, tuvo la encomienda de recopilar los resultados de la elección del 6 de julio de 1988 en todo el país.
Con su ayudante Román Gil, construyó una red para disponer de información inmediata después de aquellos comicios, pero este mecanismo fue aniquilado con ellos el día (2 de julio de 1988) que sujetos les dispararon protegidos por la impunidad de la noche y del sistema político mexicano.
¿Se esclareció este homicidio? Pues se detuvo a algunos de los implicados; autores materiales, pero nunca se supo cuál fue la mente criminal que orquestó todo. Y que apuntaba, entre otros, hacia el entonces gobernador de Michoacán, Luis Martínez Villicaña, fallecido en marzo de este año.
No puede dejar de relacionarse este doble-homicidio con el fraude electoral de 1988. Cuando sucedió era Presidente de México, Miguel de la Madrid; secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, y el candidato presidencial priista, Carlos Salinas de Gortari.
A ninguno de estos tres personajes se les relacionó —en las indagatorias que realizó el fiscal especial de caso designado por Salinas, Leonel Godoy Rangel, ahora gobernador de Michoacán— con la autoría intelectual; sin embargo, no podrán deslindarse de su responsabilidad histórica, si no por el encubrimiento de los criminales, sí por no haber hecho todo lo que estaba a su alcance para esclarecer plenamente estos asesinatos.
“Se llegó hasta el autor material —Franco Villa—, pero hasta ahí se pudo llegar. Lógicamente todo eso seguía subiendo hasta llegar a Carlos Salinas de Gortari, quien fue el que mandó ejecutar a mi padre”, dijo años más tarde Cuautli Ovando, quien agregó: “Muchas de las líneas de investigación se cortaban cuando se empezaban a subir peldaños del gobierno federal. Hubo atentados y hostigamientos constantes de las personas encargadas de investigar, y nada más se pudo llegar hasta Franco Villa”.
Lo que muchos se preguntan todavía cómo es que Godoy aceptó el nombramiento como titular de la Fiscalía Especial del Caso Ovando y Gil de la PGR, que le expidió el supuesto ‘asesino’ de su amigo.
En su libro ‘Sobre mis pasos’, Cuauhtémoc Cárdenas recuerda que ante la exigencia de justicia, el secretario Manuel Bartlett, “ofreció que las autoridades actuarían de inmediato. Hasta el fin de la administración de Miguel de la Madrid nada se aclaró”.
De la ‘caída del sistema’ ni quién se acuerde. Recordamos el conteo distrital de votos que se realizaría mediante un sistema de cómputo operado por la Comisión Federal Electoral (antecesora del IFE), presidida por el secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz. Y cuando los resultados parecían favorecer al candidato del FDN, Cuauhtémoc Cárdenas, repentinamente se ‘cayó el sistema’.
Un dato anecdótico de aquel episodio lo escribió el representante del PAN en ese órgano, Diego Fernández de Cevallos, quien declararía: “Se nos informa que en el Comité Técnico de Vigilancia del Registro Nacional de Electores, que se calló la computadora; afortunadamente no del verbo caerse, sino del verbo callar”.
A las ocho de la noche de aquel 6 de julio de 1988 se presentaron en la sede de la Segob los candidatos Manuel Clouthier, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y Rosario Ibarra denunciando la ilegalidad del proceso. A esta caída le siguió un silencio que culminó con el anuncio oficial de que el ganador era Salinas de Gortari con la mitad de los sufragios.
Imposible disociar el vínculo de aquellos hechos con quien era entonces responsable de la política interna del país. En el primer caso, la muerte de Ovando y Gil no pudo o no quiso llegar hasta sus últimas consecuencias. Y en la ‘caída del sistema’, difícil de imaginar que no fue la mano que meció la cuna.
¿Por qué traer ahora estas historias relacionadas con un proceso electoral ocurrido hace 23 años? Todo viene a cuento porque nos hemos enterado que el candidato presidencial del partido que emergió de aquel FDN (PRD), Andrés Manuel López Obrador ‘invitó’ a Manuel Bartlett para que sea postulado al Senado por su Movimiento Renovación Nacional.
Esto la adelantó hace casi un mes el senador perredista Arturo Núñez Jiménez, quien recuerda que en su última función como senador, Bartlett Díaz “fue un gran defensor de la energía tanto eléctrica como petrolera que se quiso poner a disposición de los extranjeros; ha estado en la lucha nacionalista por el país”. Y sobre la inminente postulación del ex gobernador poblano, agregó: “yo lo vería con simpatía”. ¿Y 1988?
Manuel Bartlett tiene una historia de confrontación con el PRD; de agravios para con la militancia de este partido. Ahora, al incorporársele a dicho instituto político —así sea como ‘externo’—, estaríamos asistiendo a una ‘caída de memoria’ del perredismo. Una más. Pero más grave ahora.

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