La cultura del agua es parte de la vida tradicional de Tabasco. A mitad del siglo pasado nuestras familias supieron lidiar con las temporadas extremas que caracterizan a nuestro estado, que incluye veranos con temperaturas de más de 40 grados centígrados y las épocas de intensas y tormentosas lluvias que suelen ser parte del escenario choco.
Todo el que viene a nuestras bellas tierras se solaza con el verde fulgor de sus selvas tropicales, solapadas en su esplendor por las aguas que en todas direcciones fluyen de caudalosos ríos; incluso la propia naturaleza ha aprendido a convivir con ese exceso de humedad, de ahí la existencia de un orgullo de reconocimiento mundial: los manglares que tenemos en el municipio de Centla.
Los tiempos actuales son de privilegio, pues en sus comienzos el pueblo tabasqueño no convivía del modo cómodo como ahora estilamos; no habían ciudades dotadas de servicios, ni con calles o carreteras que permitieran circular por nuestra entidad; el único medio de comunicación estaba en los ríos, hasta que a mediados de los cincuentas pudimos contar con el uso del ferrocarril, al cual no accesaban todos por cuestiones económicas.
No fue fácil, pero reza el dicho: “no se extraña lo que nunca se ha tenido”. Y en efecto, nuestra gente sólo conocía este entorno, adaptándose a lo que la naturaleza destinara en cada temporada, cuando nuestras tierras se sumergían en agua, en más del 70% de su territorio. Tal cual sucede en estos tiempos.
Se documenta en la historia de nuestro estado que el tabasqueño construía pequeñas chozas a las cuales le adaptaban tapancos —segundos pisos elevados, en donde podían salvar sus alimentos y pertenencias— en espera del cambio climático que traía consigo las aguas del mar y ríos que se adentraban en las tierras.
Llegando así el otoño e invierno, cuando nuestras comunidades se anegaban, pero el tabasqueño ni se inmutaba; registrando en el año 1900 un aproximado de 170 mil tabasqueños que convivían con la cultura del agua e incluso enfrentaron inundaciones de antología, como las ocurridas en los años 1927, 1942 y 1952, que anegaron casi la totalidad del territorio tabasqueño, incluida su capital, de la cual sólo se salvaron zonas edificadas en lomas, como el Palacio de Gobierno y construcciones aledañas a Plaza de Armas.
Esto continuó así, hasta la construcción de las hidroeléctricas de Malpaso, Angostura, Chicoasén y Peñitas en Chiapas, que restringieron la afluencia del Alto Grijalva y el río Mezcalapa, con lo cual quedó atrás la fiesta que significaba para el pueblo tabasqueño la llegada de las aguas que acercaban las delicias de la pesca.
Para las generaciones actuales, acostumbradas a la practicidad, con hogares llenos de enseres domésticos y una parafernalia de repente medio bochornosa, ante la gran cantidad de cosas que solemos apilar, es impensable y de horror convivir con la idea de ver nuestros hogares anegados.
De ahí que las crecientes de 1998 y las que llevamos en el presente siglo, sirven de recordatorio que el agua fue, es y será la reina de estas tierras y de nosotros, los obligados a convivir con ella. Se pretende coartar el paso de los ríos, se “ajustan”; pero cuando ellos deciden avanzar nada los detiene. Entonces, es tiempo de decidir cómo vamos a vivir y convivir con ellos.
Ya lo dijo el gran Carlos Pellicer: “Agua de Tabasco vengo, agua de Tabasco voy, de agua hermosa es mi abolengo, y es por eso que aquí estoy, dichoso con lo que tengo”. Así es Tabasco.
Los tiempos actuales son de privilegio, pues en sus comienzos el pueblo tabasqueño no convivía del modo cómodo como ahora estilamos; no habían ciudades dotadas de servicios, ni con calles o carreteras que permitieran circular por nuestra entidad; el único medio de comunicación estaba en los ríos, hasta que a mediados de los cincuentas pudimos contar con el uso del ferrocarril, al cual no accesaban todos por cuestiones económicas.
No fue fácil, pero reza el dicho: “no se extraña lo que nunca se ha tenido”. Y en efecto, nuestra gente sólo conocía este entorno, adaptándose a lo que la naturaleza destinara en cada temporada, cuando nuestras tierras se sumergían en agua, en más del 70% de su territorio. Tal cual sucede en estos tiempos.
Se documenta en la historia de nuestro estado que el tabasqueño construía pequeñas chozas a las cuales le adaptaban tapancos —segundos pisos elevados, en donde podían salvar sus alimentos y pertenencias— en espera del cambio climático que traía consigo las aguas del mar y ríos que se adentraban en las tierras.
Llegando así el otoño e invierno, cuando nuestras comunidades se anegaban, pero el tabasqueño ni se inmutaba; registrando en el año 1900 un aproximado de 170 mil tabasqueños que convivían con la cultura del agua e incluso enfrentaron inundaciones de antología, como las ocurridas en los años 1927, 1942 y 1952, que anegaron casi la totalidad del territorio tabasqueño, incluida su capital, de la cual sólo se salvaron zonas edificadas en lomas, como el Palacio de Gobierno y construcciones aledañas a Plaza de Armas.
Esto continuó así, hasta la construcción de las hidroeléctricas de Malpaso, Angostura, Chicoasén y Peñitas en Chiapas, que restringieron la afluencia del Alto Grijalva y el río Mezcalapa, con lo cual quedó atrás la fiesta que significaba para el pueblo tabasqueño la llegada de las aguas que acercaban las delicias de la pesca.
Para las generaciones actuales, acostumbradas a la practicidad, con hogares llenos de enseres domésticos y una parafernalia de repente medio bochornosa, ante la gran cantidad de cosas que solemos apilar, es impensable y de horror convivir con la idea de ver nuestros hogares anegados.
De ahí que las crecientes de 1998 y las que llevamos en el presente siglo, sirven de recordatorio que el agua fue, es y será la reina de estas tierras y de nosotros, los obligados a convivir con ella. Se pretende coartar el paso de los ríos, se “ajustan”; pero cuando ellos deciden avanzar nada los detiene. Entonces, es tiempo de decidir cómo vamos a vivir y convivir con ellos.
Ya lo dijo el gran Carlos Pellicer: “Agua de Tabasco vengo, agua de Tabasco voy, de agua hermosa es mi abolengo, y es por eso que aquí estoy, dichoso con lo que tengo”. Así es Tabasco.
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