A punto de dar el banderazo de salida al proceso electoral local, se observa un compás de espera entre las fuerzas políticas que ya enfilan diversos nombres como aspirantes para contender en la elección de gobernador, diputados, presidentes municipales y regidores.
Por supuesto que la joya de la corona es la ansiada gubernatura, por la cual los destapados se miran de reojo, calculando qué tanto llevan entre sí de ventaja; los demás escaños políticos causan de modo más discreto, pero no menos importante.
Es parte del folklor electorero que vivimos cada seis años, en donde aquéllos que incluso permanecieron en el anonimato emergieron, como por arte de magia, trayendo consigo las fórmulas que, según ellos, darán solución a los graves problemas que azotan al estado y que darán a conocer, por supuesto, llegado el caso que sean postulados como candidatos.
Las coaliciones electorales serán el frente común para dar una lucha digna; el proyecto político que ostenten los partidos políticos involucrados en cada posicionamiento debe ser la estrella principal de la puesta en escena y los candidatos el reparto secundario; a la sociedad no le interesa si los aspirantes se ven más guapos o jóvenes en sus propagandas; saben que es producto del Photoshop.
Nunca como hoy es indispensable que los ciudadanos sepamos a qué se compromete cada participante y la fuerza política que lo respalda, pues el resultado positivo o negativo de lo actuado en el ejercicio institucional va en corresponsabilidad.
Atrás deben quedar los tiempos en que los dirigentes de los partidos daban un paso atrás, desmarcándose de lo actuado por sus huestes, como penosamente vimos en Andrés López al renegar de los ediles perredistas que acusó de corruptos y ex priistas.
El control de calidad de la productividad institucional no se efectúa al término de cada administración, sino en su cauce. Es el único medio eficaz para garantizar una continuidad institucional y una sociedad satisfecha.
El compromiso es enorme, pues gracias a los medios de comunicación la realidad se palpa de modo más objetivo, dejando en evidencia la falta de seriedad en los partidos y sus políticos; lo hecho o dejado de hacer al interior del poder Legislativo y Ejecutivo han sido la comidilla social y la causa involutiva en que se encuentra Tabasco.
Hay tal conciencia de esto que para poder contender y salir mejor librado del reproche social hay quien se proclama como político diferente, lo cual genera una ambivalencia de sentimientos, al surgir la esperanza de que por fin alguien tiene vergüenza y es probable que empeñe su palabra para cumplirle a la gente, pero también asoma el desaliento, pues cada sexenio es lo mismo.
Habrá tiempo para que los tabasqueños nos ubiquemos en primeras filas de la pasarela electoral, donde podremos observar a detalle las cualidades y defectos de los que caminen por ella rumbo al 2012, y en ese contexto ejercer con responsabilidad social el derecho a votar.
Sea pues. Sólo le recuerdo un pequeño detalle al amable lector: es nuestro futuro el que está en juego y pareciera nimio o poco importante, pero esa X hará la diferencia, a favor o no, del desarrollo de todo un pueblo… el nuestro.
Es parte del folklor electorero que vivimos cada seis años, en donde aquéllos que incluso permanecieron en el anonimato emergieron, como por arte de magia, trayendo consigo las fórmulas que, según ellos, darán solución a los graves problemas que azotan al estado y que darán a conocer, por supuesto, llegado el caso que sean postulados como candidatos.
Las coaliciones electorales serán el frente común para dar una lucha digna; el proyecto político que ostenten los partidos políticos involucrados en cada posicionamiento debe ser la estrella principal de la puesta en escena y los candidatos el reparto secundario; a la sociedad no le interesa si los aspirantes se ven más guapos o jóvenes en sus propagandas; saben que es producto del Photoshop.
Nunca como hoy es indispensable que los ciudadanos sepamos a qué se compromete cada participante y la fuerza política que lo respalda, pues el resultado positivo o negativo de lo actuado en el ejercicio institucional va en corresponsabilidad.
Atrás deben quedar los tiempos en que los dirigentes de los partidos daban un paso atrás, desmarcándose de lo actuado por sus huestes, como penosamente vimos en Andrés López al renegar de los ediles perredistas que acusó de corruptos y ex priistas.
El control de calidad de la productividad institucional no se efectúa al término de cada administración, sino en su cauce. Es el único medio eficaz para garantizar una continuidad institucional y una sociedad satisfecha.
El compromiso es enorme, pues gracias a los medios de comunicación la realidad se palpa de modo más objetivo, dejando en evidencia la falta de seriedad en los partidos y sus políticos; lo hecho o dejado de hacer al interior del poder Legislativo y Ejecutivo han sido la comidilla social y la causa involutiva en que se encuentra Tabasco.
Hay tal conciencia de esto que para poder contender y salir mejor librado del reproche social hay quien se proclama como político diferente, lo cual genera una ambivalencia de sentimientos, al surgir la esperanza de que por fin alguien tiene vergüenza y es probable que empeñe su palabra para cumplirle a la gente, pero también asoma el desaliento, pues cada sexenio es lo mismo.
Habrá tiempo para que los tabasqueños nos ubiquemos en primeras filas de la pasarela electoral, donde podremos observar a detalle las cualidades y defectos de los que caminen por ella rumbo al 2012, y en ese contexto ejercer con responsabilidad social el derecho a votar.
Sea pues. Sólo le recuerdo un pequeño detalle al amable lector: es nuestro futuro el que está en juego y pareciera nimio o poco importante, pero esa X hará la diferencia, a favor o no, del desarrollo de todo un pueblo… el nuestro.
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