Son hombres y mujeres valerosos cuya esperanza es más grande que los peligros a los que van a enfrentarse en los tres mil 700 kilómetros de travesía desde Tenosique hasta Tijuana, sin contar el tramo recorrido desde sus lugares de origen en cualquier país centroamericano, donde dejaron una realidad de miseria y frustración.
A diferencia de aquel Éxodo iniciado por Moisés, que duró muchos años, aquí son sólo semanas de un viaje incierto en su itinerario y en su destino, pues no hay quien los conduzca a las puertas de la tierra —para ellos— ‘prometida’.
Van en busca del sueño americano, lo hacen a bordo de La Bestia —sin boleto ni seguro de viajero— y tendrán que afrontar una pesadilla mexicana, que hasta hace unos años era sólo burlar el acoso y vejaciones de autoridades migratorias, pero ahora a eso hay que agregar agresiones, violaciones, asaltos, secuestros, extorsiones y asesinatos de bandas criminales en todo el camino.
Es la historia de los indocumentados centroamericanos, hermanos nuestros a los que sólo damos un trato humillante que dista mucho de lo que queremos para nuestros paisanos allende la frontera norte.
Son ellos, hondureños, salvadoreños y guatemaltecos, guiados ahora por activistas en derechos humanos —que llevaron como testigos a medios de comunicación, que documentaron sus imágenes en el lomo de La Bestia y recogieron sus testimonios y vicisitudes del viaje—, quienes acaban de escenificar, en tiempo y trayecto real, ese largo y escabroso recorrido, con la caravana Paso a Paso Hacia la Paz, que partió el 27 de julio de Tenosique y debe estar llegado a su meta: la frontera estadunidense.
De Tenosique a Palenque; de allí a Estación Chontalpa, a Coatzacoalcos, a Medias Aguas, a Tierra Blanca, al puerto de Veracruz, a Orizaba y, finalmente, a la capital mexicana, los migrantes y sus protectores viajaron ‘a bordo’ de vagones de un vetusto ferrocarril que a principios del siglo pasado era sinónimo de progreso y ahora es la imagen perfecta del subdesarrollo, avanzando a veinte kilómetros por hora.
La caravana revivió el sufrimiento en la ruta mexicana de los migrantes, al desamparo de las autoridades, cobijados por la solidaridad de activistas y clérigos como el sacerdote Alejandro Solalinde, y acosados por delincuentes que controlan la vía en todo su trayecto.
Fueron 150 migrantes que por El Petén cruzaron la línea fronteriza y abordaron el tren en Tenosique; otro grupo similar salió de la capital guatemalteca hasta Tecún Umán, y tras cruzar el Suchiate se adentraron a suelo chiapaneco hasta Medias Aguas (donde confluyeron los dos contingentes), una comunidad veracruzana, sin ley como todos los pueblos por los que pasa La Bestia, sean de Tabasco, Chiapas, Oaxaca o Veracruz.
El riesgo ‘menor’ de este viaje es sufrir algún percance en el lomo de La Bestia, ya sea por el cansancio, las inclemencias del tiempo y hasta por no evadir el azote de ramas de árboles que podrían tirarlos. Muchos han quedado mutilados. Otros, muertos.
Pero el problema mayor es el azote de los maleantes, muchos de ellos paisanos suyos, desertores del ejército en sus países que no vienen en busca de trabajo sino a enrolarse en la delincuencia organizada.
Si algo han demostrado las autoridades mexicanas ante este problema es su falta de capacidad para garantizar su seguridad de los migrantes. Y eso que el tema es un asunto de seguridad nacional, porque por esa ‘porosa’ frontera no sólo ingresan migrantes sino también armas, drogas y criminales.
De parte de la sociedad civil se han hecho esfuerzos para asistir y proteger a estos indocumentados. En Tenosique se fundó hace un mes el hogar-refugio denominado ‘La 72’, en homenaje al grupo de indocumentados asesinados en San Fernando, Tamaulipas, un año atrás.
Ni allí están a salvo de la delincuencia. A principios de julio sufrieron el acoso y amenazas de grupos delictivos. Y tan grave como ser migrante es defenderlos, pues los activistas también son objeto de amenazas.
El presidente del Centro de Derechos Humanos del Usumacinta, fray Tomás González, calificó “una gran vergüenza” que los migrantes encuentren en México sufrimiento y muerte.
Por eso le llaman ‘La ruta de la muerte’. O El holocausto mexicano. Es un viaje peligroso en extremo, de muchos riesgos y hasta con un destino incierto. Ojalá esta caravana sea… un paso hacia la paz y la esperanza.
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