Alejandro Esquivel C. alesquivelc@hotmail.com
Cada vez es más común en las preparatorias y algunas secundarias de Tabasco ver a jovencitas que paralelamente a sus estudios tienen que jugar el papel de madres, y aunque ser mamá es una aventura apasionante, serlo cuando aún no se han cumplido ni siquiera 16 años es una aventura muy difícil.
Ana Martínez quedó embarazada cuando apenas tenía 14 años de edad, estudiaba la secundaria y su novio la abandonó a su suerte —como suele suceder a esa edad—; sin embargo, aceptó llevar adelante la vida que había iniciado en su aún casi infantil útero.
Ahora que está a punto de cumplir 17 años, se siente feliz de tener a su hijo de apenas dos años, “vivo y contento”, aunque el futuro sigue lleno de riesgos y de incógnitas.
Sin embargo, lo peor no es eso, sino el hecho de que no se cuente con registros de cuántos abortos se llevan a cabo en ese nivel escolar, ya sea inducido por los padres para ‘evitar la vergüenza’ o por los novios, en su desesperación por ‘zafarse’ de la responsabilidad, decisión que pone en riesgo la vida de sus parejas.
Un caso así es Mariana —solicitó el anonimato—, quien cuenta que al quedar embarazada a los 17 años habló con su madre, y las dos, de común acuerdo, fueron “a una clínica que está por la calle Zaragoza”.
Su madre —relata— consideraba siempre como algo malo el aborto, pero cuando una nueva vida llamó a su casa de un modo tan inesperado, prefirió terminar con todo y olvidarse de sus principios morales.
La joven fue a la ‘clínica’ hace ya algunos meses, y recuerda todavía los gritos de angustia de una señora que también estaba en la sala de espera para abortar.
“Fue dramático. Para mí el aborto es un dolor en las piernas, un dolor donde raspan, pero sobre todo, es ese llanto que me viene al recuerdo, el de aquella señora; ni siquiera sé cómo se llamaba. Además, ¿había realmente un niño dentro de mí? Sí, lo sé, desde el punto de vista científico es así, pero la desesperación y el miedo a la vergüenza de mi mamá pudieron más”, relata.
Las historias de Ana y Mariana pueden servir para reflexionar en dos verdades fundamentales de la vida humana. La primera es respetar cualquier existencia que inicia, sea como sea, como fundamento de un mundo democrático, justo, libre y progresista.
La sociedad contribuye a esto al defender y ayudar cualquier vida ya comenzada, aunque sea la de un niño pobre en el corazón de una barraca miserable, o la de un embrión en el seno de una adolescente angustiada, que necesita, a su vez, una enorme dosis de comprensión, apoyo y solidaridad.
La segunda, que no basta la tutela legal para garantizar el ‘derecho’ más sublime que todo hombre o mujer contrae desde que inicia la aventura humana: la de saberse acogido, la de ser amado.
Por más leyes que existan, mientras no haya amor seguirá habiendo crímenes, robos y calumnias. Pero es posible también que en un mundo primitivo y lleno de pobreza, sin escritura y sin leyes ni policías en las calles, puede bastar el amor para que un niño ayude a un anciano moribundo en su humilde choza, para que una madre cuide al hijo pobre de los vecinos, para que una adolescente no aborte y conserve y proteja la vida de su hijo indefenso y débil.
Ana escogió, instintivamente, a sus frágiles 14 años, el camino del amor, quizá sin conocer si la ley le permitía abortar o no. Quizá ni le pasó por la cabeza el estudiar su situación ‘jurídica’. Quiso amar, y basta.
Mariana, en cambio, no encontró la ayuda de la ley para llevar adelante su embarazo; al contrario, buscó, con su madre, una clínica donde pudo realizar el aborto.
Ser mamá es siempre una aventura apasionante. No termina en los nueve meses de embarazo, ni en los primeros años de vida, ni cuando el hijo o la hija llegan a la universidad, se casan o se van a vivir a otro lado. Por eso, todos los hijos saben lo que deben a sus padres, pero de modo especial, a sus madres.
El hijo de Ana se lo agradecerá y tiene ya en su misma madre la mejor escuela de amor. Ojalá también Mariana pueda entrar en el círculo de los que aman: en ese momento descubrirá que su hijo abortado quizá le guiña un ojo desde ese mundo misterioso de los que han pasado ya la frontera de la muerte, y que la ama y la perdona, a pesar de todo...
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