Dicen que —como el personaje que interpreta Jaime Camil en la telenovela Por ella soy Eva— vestido de ropas femeninas tuvo que bajar, por la escalera de emergencia, de la tercera planta de la sede estatal del PRI, porque en la explanada que da a 16 de Septiembre le aguardaba una multitud enardecida, dispuesta a lincharlo.
Fernando Hernández Gómez / fdohernandezg@hotmail.com
Los iracundos priistas lo responsabilizaban de ser artífice de que la dirigencia nacional priista anulara la elección del nuevo presidente del Comité Directivo Estatal.
Dicen también que la orden para la revuelta procedió de Palacio de Gobierno, porque desde Insurgentes Norte le cerraron el paso al hombre que habían escogido para el relevo partidista.
Y como el único que podía pagar los platos rotos por tal osadía era el delegado del CEN, la turba tricolor aguardaba a que bajara para descargar en él toda su furia por impedir que su gallo asumiera el liderazgo partidista.
Todo empezó cuando a las oficinas del presidente nacional del PRI llegaron informes confidenciales que señalan que la elección del dirigente del partido en Tabasco era un cochinero.
Los reportes indicaban que el gobernador quería imponer a su incondicional al precio que fuera, incluso violando los derechos partidistas del otro aspirante a la presidencia del CDE.
Los abogados del partido revisaron el caso y su fallo fue categórico: hay que anular el proceso interno para designar dirigente en Tabasco.
La decisión no se hizo pública con un comunicado de prensa del CEN, sino que bajó al priismo tabasqueño por conducto del delegado Oceguera.
Las reacciones no se hicieron esperar ante tremendo revés.
Los sectores y organizaciones del partido en el estado protestaron por la ‘arbitrariedad’ de la dirigencia nacional.
Y un nutrido grupo de priistas se apersonó en la sede de 16 de Septiembre.
Era tal el enojo de las bases, que llevaron un monigote simulando al dirigente nacional de su partido. Lo colgaron del árbol de mango testigo de tantas imposiciones y decepciones de priistas; la apalearon cual piñata, y a lo que quedó, le prendieron fuego, lanzando gritos de ¡muera, muera, muera…! a su líder nacional.
El delegado Oceguera que de repente se asomaba por una ventanita que da a la calle, ocultaba su rostro en la cortina.
Dicen que tenía miedo de bajar. Le esperaba una tunda tal vez igual a la del monigote de papel, para entonces ya convertido en ceniza.
Y dicen que una secretaria tuvo la ocurrencia de sugerir al delegado del CEN, que para evitar fuera agredido, lo disfrazaría de mujer.
Esperaron que oscureciera un poco, y lo sacaron por la escalera de emergencia, que da directo al estacionamiento. Y ya no se volvió a saber de él. Tampoco se sabe si devolvió el vestido, la peluca y las zapatillas.
Y, aclaro, este delegado Oceguera no es el sinaloense Rafael Oceguera Ramos, sino el jalisciense Francisco Javier Santillán Oceguera, El Negro, quien ahora es delegado del CEN priista en Guanajuato, pero en 1990 hizo esta función en Tabasco, siendo líder nacional priista Luis Donaldo Colosio.
En aquel año el PRI abrió a una consulta a las bases la elección de su dirigente estatal. Contendieron dos aspirantes: Jesús Madrazo Martínez de Escobar, considerado el candidato de la línea del entonces gobernador Salvador Neme Castillo, y Carlos Prats Pérez.
El primero ganó arrolladoramente, pero su triunfo fue invalidado por el CEN que consideró que se cometieron infinidad de irregularidades para derrotar a Prats Pérez.
Para que se anulara la votación influyeron las opiniones de dos tabasqueños que eran parte del CEN: Manuel Gurría Ordóñez y Roberto Madrazo Pintado.
Y esa fue una de tantas batallas contra el gobernador que habría de separarse del cargo dos años más tarde, obligado por las presiones políticas y por acusaciones de corrupción que pesaban sobre sus colaboradores.
Testigos presenciales de aquel incidente recuerdan que, sí, el delegado del CEN iba a ser linchado. Pero esa es otra historia y otro Oceguera.
¿VA DE NUEZ…?
Si Jaime Mier y Terán reúne las cuatro mil firmas, una vez que el PRI le entregue el padrón de militantes, que le ordenó el TEPJF, habrá que repetir la convención de delegados. Y si el mismo órgano jurisdiccional le da la razón a la impugnación que presentó Evaristo Hernández Cruz, la cosa será distinta; entonces tendrá que reponerse todo el proceso interno. Dirán que eso no es posible. En 2000 se pensaba lo mismo, que era imposible anular una elección de gobernador y Manuel Andrade Díaz debió buscar dos veces el voto para llegar a la Quinta Grijalva. Sin duda que alguien en el PRI no hizo bien las cosas. Y no, no es Tito Villegas.
Los platos rotos ya los pagó Miguel Romero. Su sucesor, Francisco Herrera, tendrá que empeñarse a fondo en cuidar los pequeños detalles para no poner en riesgo la legalidad del triunfo que, asegura, obtendrá Jesús Alí el 1 de julio.
Dicen también que la orden para la revuelta procedió de Palacio de Gobierno, porque desde Insurgentes Norte le cerraron el paso al hombre que habían escogido para el relevo partidista.
Y como el único que podía pagar los platos rotos por tal osadía era el delegado del CEN, la turba tricolor aguardaba a que bajara para descargar en él toda su furia por impedir que su gallo asumiera el liderazgo partidista.
Todo empezó cuando a las oficinas del presidente nacional del PRI llegaron informes confidenciales que señalan que la elección del dirigente del partido en Tabasco era un cochinero.
Los reportes indicaban que el gobernador quería imponer a su incondicional al precio que fuera, incluso violando los derechos partidistas del otro aspirante a la presidencia del CDE.
Los abogados del partido revisaron el caso y su fallo fue categórico: hay que anular el proceso interno para designar dirigente en Tabasco.
La decisión no se hizo pública con un comunicado de prensa del CEN, sino que bajó al priismo tabasqueño por conducto del delegado Oceguera.
Las reacciones no se hicieron esperar ante tremendo revés.
Los sectores y organizaciones del partido en el estado protestaron por la ‘arbitrariedad’ de la dirigencia nacional.
Y un nutrido grupo de priistas se apersonó en la sede de 16 de Septiembre.
Era tal el enojo de las bases, que llevaron un monigote simulando al dirigente nacional de su partido. Lo colgaron del árbol de mango testigo de tantas imposiciones y decepciones de priistas; la apalearon cual piñata, y a lo que quedó, le prendieron fuego, lanzando gritos de ¡muera, muera, muera…! a su líder nacional.
El delegado Oceguera que de repente se asomaba por una ventanita que da a la calle, ocultaba su rostro en la cortina.
Dicen que tenía miedo de bajar. Le esperaba una tunda tal vez igual a la del monigote de papel, para entonces ya convertido en ceniza.
Y dicen que una secretaria tuvo la ocurrencia de sugerir al delegado del CEN, que para evitar fuera agredido, lo disfrazaría de mujer.
Esperaron que oscureciera un poco, y lo sacaron por la escalera de emergencia, que da directo al estacionamiento. Y ya no se volvió a saber de él. Tampoco se sabe si devolvió el vestido, la peluca y las zapatillas.
Y, aclaro, este delegado Oceguera no es el sinaloense Rafael Oceguera Ramos, sino el jalisciense Francisco Javier Santillán Oceguera, El Negro, quien ahora es delegado del CEN priista en Guanajuato, pero en 1990 hizo esta función en Tabasco, siendo líder nacional priista Luis Donaldo Colosio.
En aquel año el PRI abrió a una consulta a las bases la elección de su dirigente estatal. Contendieron dos aspirantes: Jesús Madrazo Martínez de Escobar, considerado el candidato de la línea del entonces gobernador Salvador Neme Castillo, y Carlos Prats Pérez.
El primero ganó arrolladoramente, pero su triunfo fue invalidado por el CEN que consideró que se cometieron infinidad de irregularidades para derrotar a Prats Pérez.
Para que se anulara la votación influyeron las opiniones de dos tabasqueños que eran parte del CEN: Manuel Gurría Ordóñez y Roberto Madrazo Pintado.
Y esa fue una de tantas batallas contra el gobernador que habría de separarse del cargo dos años más tarde, obligado por las presiones políticas y por acusaciones de corrupción que pesaban sobre sus colaboradores.
Testigos presenciales de aquel incidente recuerdan que, sí, el delegado del CEN iba a ser linchado. Pero esa es otra historia y otro Oceguera.
¿VA DE NUEZ…?
Si Jaime Mier y Terán reúne las cuatro mil firmas, una vez que el PRI le entregue el padrón de militantes, que le ordenó el TEPJF, habrá que repetir la convención de delegados. Y si el mismo órgano jurisdiccional le da la razón a la impugnación que presentó Evaristo Hernández Cruz, la cosa será distinta; entonces tendrá que reponerse todo el proceso interno. Dirán que eso no es posible. En 2000 se pensaba lo mismo, que era imposible anular una elección de gobernador y Manuel Andrade Díaz debió buscar dos veces el voto para llegar a la Quinta Grijalva. Sin duda que alguien en el PRI no hizo bien las cosas. Y no, no es Tito Villegas.
Los platos rotos ya los pagó Miguel Romero. Su sucesor, Francisco Herrera, tendrá que empeñarse a fondo en cuidar los pequeños detalles para no poner en riesgo la legalidad del triunfo que, asegura, obtendrá Jesús Alí el 1 de julio.
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