A un año del artero homicidio de dos jóvenes jalpanecos a manos de militares, los familiares siguen en espera de justicia, mientras que la autoridad protege a los responsables
“¡Son ellos…!”.
Entre la penumbra de la madrugada, la voz identifica al convoy operativo mixto que acribilló a los jóvenes Víctor Manuel Chan Domínguez y Ramón Pérez Román al norte del periférico de la cabecera municipal de Jalpa de Méndez.
Apenas eran las primeras horas del 14 de noviembre de 2010. El ruido de los disparos trastornó el sueño de los vecinos de la zona. Ingenuos pero atrevidos, algunos limpiándose las legañas, salieron de sus casas. En la calle esperaban encontrar la respuesta al desconcierto que enrarecía la atmósfera pueblerina.
No demoró mucho la realidad. A 100 metros del motel Paso Real, la luz intermitente de torretas y patrullas iluminaban el desplazamiento de elementos uniformados aún irreconocibles. Imponiéndose la curiosidad al miedo, hombres y mujeres corrieron al sitio donde lo negro del alba se había perdido.
Nadie sabía nada. Cuando intentan indagar, los uniformes delatan la presencia de elementos del ejército, la armada y de la policía estatal que impiden el paso. Empezaron a acordonar la zona ante los ojos desorbitados y gritos de angustia de la población.
A pesar del cordón de seguridad, algunos jóvenes identificarían una camioneta. Percibieron la tragedia del propietario. Sin dudar, regresaron sus pasos a velocidad. Se dirigieron a la casa de don Víctor Manuel Chan Huicab. Eran las tres de la mañana.
Despierto por los violentos gritos y golpes a la puerta, el comerciante escucha a sus vecinos: “Su hijo Víctor Manuel sufrió un accidente…”.
Atribulado por la noticia, lo primero que pensó don Víctor Manuel fue en un accidente carretero. Cada ocho días, su hijo solía viajar a la ciudad de México de compras. Esa rutina semanal lo llevó a imaginar que algún día podría ocurrirle un incidente por lo peligroso de la comunicación terrestre del país. Para un caso de esa naturaleza se había preparado. Nunca sospechó en una circunstancia diferente.
Repuesto de la primera impresión, enseguida se encaminó al lugar de los hechos. Cuando llegó, el sitió estaba herméticamente acordonado. Sin éxito intentó librar el cordón de seguridad. En todos los tonos pidió tres veces a la autoridad permiso para pasar. Insensibles, con armas largas a la cintura, amenazantes, el grupo de uniformados omitió incluso el reclamo de la población para atender la petición del angustiado progenitor.
No había otra opción que resignarse a esperar el amanecer. Cuando empezó a despuntar el alba, sacó fuerzas del dolor. Invitó a quienes tuvieran telefonía celular a tomar fotografías de la zona acordonada y presionar para despejar el camino hasta donde se encontraba la camioneta de su hijo. En un momento, creyó que los soldados cederían a su ruego. Sin embargo, cuando la comunidad obturaba sus artefactos, el convoy operativo mixto se abrió paso entre la muchedumbre. Detrás de las patrullas, iba una grúa cargando la camioneta de Víctor Manuel. Y con ellos, los cuerpos de los jóvenes abatidos.
Sin información oficial, don Víctor Manuel volvió a ver a su hijo 24 horas después. El día 15 de noviembre, en el panteón municipal.
Entre la penumbra de la madrugada, la voz identifica al convoy operativo mixto que acribilló a los jóvenes Víctor Manuel Chan Domínguez y Ramón Pérez Román al norte del periférico de la cabecera municipal de Jalpa de Méndez.
Apenas eran las primeras horas del 14 de noviembre de 2010. El ruido de los disparos trastornó el sueño de los vecinos de la zona. Ingenuos pero atrevidos, algunos limpiándose las legañas, salieron de sus casas. En la calle esperaban encontrar la respuesta al desconcierto que enrarecía la atmósfera pueblerina.
No demoró mucho la realidad. A 100 metros del motel Paso Real, la luz intermitente de torretas y patrullas iluminaban el desplazamiento de elementos uniformados aún irreconocibles. Imponiéndose la curiosidad al miedo, hombres y mujeres corrieron al sitio donde lo negro del alba se había perdido.
Nadie sabía nada. Cuando intentan indagar, los uniformes delatan la presencia de elementos del ejército, la armada y de la policía estatal que impiden el paso. Empezaron a acordonar la zona ante los ojos desorbitados y gritos de angustia de la población.
A pesar del cordón de seguridad, algunos jóvenes identificarían una camioneta. Percibieron la tragedia del propietario. Sin dudar, regresaron sus pasos a velocidad. Se dirigieron a la casa de don Víctor Manuel Chan Huicab. Eran las tres de la mañana.
Despierto por los violentos gritos y golpes a la puerta, el comerciante escucha a sus vecinos: “Su hijo Víctor Manuel sufrió un accidente…”.
Atribulado por la noticia, lo primero que pensó don Víctor Manuel fue en un accidente carretero. Cada ocho días, su hijo solía viajar a la ciudad de México de compras. Esa rutina semanal lo llevó a imaginar que algún día podría ocurrirle un incidente por lo peligroso de la comunicación terrestre del país. Para un caso de esa naturaleza se había preparado. Nunca sospechó en una circunstancia diferente.
Repuesto de la primera impresión, enseguida se encaminó al lugar de los hechos. Cuando llegó, el sitió estaba herméticamente acordonado. Sin éxito intentó librar el cordón de seguridad. En todos los tonos pidió tres veces a la autoridad permiso para pasar. Insensibles, con armas largas a la cintura, amenazantes, el grupo de uniformados omitió incluso el reclamo de la población para atender la petición del angustiado progenitor.
No había otra opción que resignarse a esperar el amanecer. Cuando empezó a despuntar el alba, sacó fuerzas del dolor. Invitó a quienes tuvieran telefonía celular a tomar fotografías de la zona acordonada y presionar para despejar el camino hasta donde se encontraba la camioneta de su hijo. En un momento, creyó que los soldados cederían a su ruego. Sin embargo, cuando la comunidad obturaba sus artefactos, el convoy operativo mixto se abrió paso entre la muchedumbre. Detrás de las patrullas, iba una grúa cargando la camioneta de Víctor Manuel. Y con ellos, los cuerpos de los jóvenes abatidos.
Sin información oficial, don Víctor Manuel volvió a ver a su hijo 24 horas después. El día 15 de noviembre, en el panteón municipal.
Recomendación
En la víspera del primer aniversario de la tragedia con la que despertó Jalpa de Méndez el 14 de noviembre de 2010, familiares, amigos y la población en general recordarían a los jóvenes caídos con una marcha silenciosa que partiría de las inmediaciones del motel Paso Real al parque central de esa cabecera municipal.
Durante el acto se exigirá el cumplimiento de la recomendación número 59/2011 que emitió el pasado 28 de octubre la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) por “las múltiples irregularidades, abusos en la alteración de la escena de los hechos” que cometieron elementos de distintas corporaciones militares y policiacas del gobierno estatal.
Promovida por la segunda visitaduría de la CNDH a cargo de Marat Paredes Montiel, el documento va dirigido al secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván, al secretario de la Marina, almirante Mariano Francisco Yáñez Mendoza; así como al secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna y al gobernador Andrés Granier Melo.
La recomendación en comento responsabiliza a elementos de esas corporaciones como asesinos de los jóvenes Ramón Pérez Román y Víctor Manuel Chan Javier.
Abordado por los familiares de las víctimas inocentes de la guerra contra la delincuencia organizada, el presidente de la CNDH, doctor Raúl Plascencia Villanueva, se comprometió a que se cumpla la recomendación 59/2011:
“Tienen todo el respaldo de la CNDH. No están solos. Se les dará seguimiento porque la recomendación no para ahí”.
Desconsuelo
Don Ramón Pérez Hernández es el papá de Ramón Pérez Román, el otro joven de 27 años que cayó abatido por las balas del convoy operativo mixto. En medio del dolor, sólo pide justicia:
“Lo único que pedimos las familias víctimas del delito y abuso del poder es justicia”, dice abatido el semblante, acabada la esperanza.
Añade:
“Queremos que se castigue a los responsables de esta barbarie, que los asesinos no queden impunes…”.
—¿Tienen idea dónde están las personas que cometieron el crimen? ¿Saben su identidad? —preguntó, el lunes 7, el conductor de conocido noticiero radiofónico a don Víctor Manuel Chan Huicab.
—No, ni los conozco…
—¿Qué fue lo primero que te dijeron? Que él estaba armado ¿no?
—Sí. Para salirse con la suya, en el momento de los hechos, ellos dijeron que mi hijo Víctor Manuel había disparado primero. Por eso respondieron a la agresión. Nosotros como padres sabíamos que mentían. También que las autoridades tendrían que creer al ejército. ¡Ellos son los que mandan!
En la investigación de la CNDH se comprobó que los jóvenes iban desarmados; que no había ningún retén militar en la zona para acribillar con 25 balazos a Víctor Manuel y con otro tanto a Ramón Pérez Román.
—¿Primero dijeron que había sido un retén? —insistió el periodista radiofónico.
—No. Nunca hubo retén — aclaró lacónico don Víctor Manuel quien lleva la voz cantante en la organización del evento luctuoso de este domingo 13 ante el abatimiento de su compañero de dolor don Ramón Pérez Hernández.
—Que violaron el retén, que se subieron rápido y pasaron en el coche (camioneta)…
—Nunca hubo retén. Todo eso fue falso. Fue manipulado por las autoridades para poder incriminar a mi hijo. Para decir que era un asesino. Un narcotraficante…
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